El 34Los profesores nos llamaban por el número de lista, por lo que sólo sabíamos los nombres de los compañeros más cercanos. Lo digo como disculpa: ni siquiera conozco el nombre de mi personaje. Pero recuerdo con precisión al 34 y creo que él también me recordaría. En ese tiempo yo era el 45. Gracias a la inicial de mi apellido gozaba de una identidad más frme que los demás. Todavía siento familiaridad con ese número. Era bueno ser el último, el 45. Era mucho mejor que ser, por ejemplo, el 15 o el 27. Lo primero que recuerdo del 34 es que a veces comía zanahorias a la hora del recreo. Su madre las pelaba y acomodaba armoniosamente en un pequeño tupperware, que él abría desmontando con cautela las esquinas superiores. Medía la dosis exacta de fuerza como si practicara un arte difcilísimo. Pero más importante que su gusto por las zanahorias era su condición de repitente, el único del curso. Para nosotros repetir de curso era un hecho vergonzante. En nuestras cortas vidas nunca habíamos estado cerca de esa clase de fracasos. Teníamos once o doce años, acabábamos de ingresar al Instituto Nacional, el colegio más prestigioso de Chile, y nuestros expedientes eran, por tanto, intachables. Pero ahí estaba el 34: su presencia demostraba que el fracaso era posible, que era incluso llevadero, porque él lucía su estigma con naturalidad, como si estuviera, en el fondo, contento de repasar las mismas materias. Usted es cara conocida, le decía a veces algún profesor, socarronamente, y el 34 respondía con gentileza: sí señor, soy repitente, el único repitente del curso. Pero estoy seguro de que este año será mejor para mí. El comportamiento del 34 contradecía por completo la conducta natural de los repitentes. Se supone que los repitentes son hoscos y se integran a destiempo y de malas ganas al contexto de su nuevo curso, pero el 34 se mostraba siempre dispuesto a compartir con nosotros en igualdad de condiciones. No padecía ese arraigo al pasado que hace de los repitentes tipos infelices o melancólicos, a la siga perpetua de sus compañeros del año anterior, o en batalla incesante contra los supuestos culpables de su situación. Temblábamos cada vez que el 34 daba muestras, en clases, de su innegable inteligencia. Pero no alardeaba, al contrario, solamente intervenía para proponer nuevos puntos de vista o señalar su opinión sobre temas complejos. Decía cosas que no salían en los libros y nosotros lo admirábamos por eso, pero admirarlo era una forma de cavar la propia tumba: si había fracasado alguien tan listo, con mayor razón fracasaríamos nosotros. Conjeturábamos, entonces, a sus espaldas, los verdaderos motivos de su repitencia: inventábamos enrevesados confictos familiares o enfermedades muy largas y penosas, pero en el fondo sabíamos que el fracaso del 34 era estrictamente académico. Sabíamos que su fracaso sería, mañana, el nuestro. Alejandro Zambra. Disponível em: www.literalmagazine.com/english_post/el-34/. A presença do 34 ensina ao narrador que a amabilidade é a principal virtude de um repetente. a familiaridade com um repetente é algo vergonhoso. a frustração se faz presente em algum momento da vida. os estigmas recebidos em sala de aula são insuperáveis. é fundamental ter um bom relacionamento com os professores.
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RESPONDENDO AS QUESTÕES:
Questão 1: La costumbre de llamar a los compañeros de clase por su número de lista reflejaba:
RESPOSTA: La identidad que asumían con el número asignado.
QUESTÃO 2: La presencia del 34 enseña al narrador que
RESPOSTA: La frustración se hace presente en algún momento de la vida.
QUESTÃO 3: La dualidad de sentimientos del narrador hacia el 34 se debe al hecho de observar que:
RESPOSTA: Sus grandes conocimientos no fueron suficientes para que aprobara.
QUESTÃO 4: - La existencia de un repitente en el colegio parecía improbable ya que:
RESPOSTA: Se trataba de una escuela acreditada.
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